viernes, 10 de junio de 2011

                     "LOS METIDOS"

                               
"Un chisme es como una abeja:
si no puedes matarla al primer golpe
mejor no te metas".
                                                                  
George Bernard Shaw



Hace menos de una hora que amaneció. Una grúa de voluntad te levanta. Llevás tu propio cuerpo como arrastrando hacia el baño, a fuerza de agua lo despabilás. En minutos te calzás el disfraz de la realidad y encarás las escaleras del olvido de un sólo envión, abriéndole la puerta de la rutina. Y comenzas a caminar por la vereda en donde el sol entibia tu ropa. Vas concentrado en el porvenir y  buscando un rayo que maquille tus ojeras moradas de hastío. Intentás entrar nuevamente en el ritmo de la vida. La noche y los reproches del insomnio ya quedaron atrás, desplomados y casi dormidos en la cama.

Continuás sobre tus pasos, imponiendo una serie de trabajadoras estrategias mentales y reclutando reflexiones propias para así afrontar el día. Pero ponerse a pensar con tanta intensidad se vuelve, poco a poco, agotador. Instantes antes de llegar a destino te cruzás con un puñado de conocidos, estrechás sus manos y hacés una tregua  para darte un respiro por tanto organizar tu mundo. Alrededor tuyo las personas comienzan a hablar; la charla se desliza desde lo general a lo particular. Incluyen comentarios desde noticias lejanas hasta cuentos sobre la vida de los otros, sazonados con una pizca de queja y de superación, certificando así cuán dichosas son sus propias vidas, de tal modo que sus cuentas siempre resulten a favor. En fin, todo con aroma a chisme.
Te encontrás participando e involucrándote. Pero no sabés por qué ni cómo en un momento decanta un comentario, y allí, justo bien adentro tuyo, sin justificación alguna, activa algo propio, aunque no sabés qué. Tan sólo se trata de unas palabras, una frase corta e inesperada cuyo peso es denso y persistente. Al escucharla, quedaste fuera de lugar y una sensación de incomodidad te amarra el cuerpo a la desgraciada vida de los otros. Alguien dijo una simple frase y de repente cambió el escenario, para ser más preciso: el tuyo. Ese que encierra los detalles incómodos de tu historia, los cuales en ocasiones hacés fuerza para escupir, y para colmo lo hacés mal. Y ya sabés la pavada de escupir para arriba: los errores se enchastran en tu propia miseria. Experimentás que los pormenores del cuerpo se agigantan, lo familiar vira a una secta endemoníada, y caen como descolgadas las fotografías de la memoria del desamparo, llevándote a pasear por lugares en donde no la pasaste bien ni fuiste feliz. Imágenes que no soportás y que al mismo tiempo te resistís a desalojar, ya que también forman parte de tu existencia. Se te vino la noche, el insomnio y toda la porquería encima. El mundo que te esforzás en construir tiembla con la fragilidad de un castillo de naipes, y no es por la carambola del destino sino por tu afán de meterte y enredarte en historias ajenas.  De pronto se te ocurre la forma de parar la invasión. Imaginás el modo de escapar. Tenés latiendo la inmensa idea del enojo, aquel gran pariente del odio, dando vueltas por la cabeza. Pero nadie diría que el resentimiento es un buen consejero a la hora de arreglárselas en la incómoda ocasión. Si bien te puede sacar de la escena, siempre habrá una cuota de escándalo para darle algo de color al drama.
El escándalo y el ridículo son dos caras de la misma moneda.  Y si te metés aún más en el terreno de la ira, te vas a dar cuenta, a condición de parar a tiempo, lo hostil que sos con todos. Y te cae la ficha de la culpa, haciendo un ruido insoportable en la conciencia. Inmediatamente apelás a la figura "del sensible" o "de la víctima" y si posees ciertos atributos teatrales es muy probable que consigas algún que otro beneficio. Pero como se suele decir: "Nada es gratis en la vida...". El costo a pagar tiene su precio, elevado por cierto: sencillamente corrés el riesgo de quedarte "solo".
Se sabe bien que la figura del resentido tiene algunas complicaciones. Una de ellas es que cierran toda la discusión en  "la culpa siempre la tienen los demás..."; y la otra: se hace muy dificil "soportarlos",de  quererlos ni hablar. Y  frente a esto puede que tus defensas se debiliten y que contraigas como una especie de tristeza. Aquella parecida a una gripe de invierno que tose nostalgias de cosas que jamás han ocurrido. Y sentís que la cama te abraza, y si la modalidad se prolonga en el tiempo, tal vez te encuentres en verdaderas dificultades. En tal caso: ¿por qué no permitirse una sospecha?. El decaimiento ya no sería para recuperarse sino más bien para fijar un domicilio allí. Y corrés el riesgo de proclamarte con voz propia "ciudadano ilustre"  del famoso, y por todos conocido country: "Que En Paz Descances...". Un modo bastante efectivo, como también sombrío de resignarse a "estar muerto en vida..." . Lo único que falta es que te lluevan penas, no llueven sino que garúan finito... Y si te queda cierto resto de deseo en algún rincón del cuerpo, por qué no aprovecharlo para que te devuelva algo de fuerzas, como si se tratase de una bocanada de aire fresco y puro en el medio de un asmático ahogo. Acaso sea la hora de pensar en una íntima pregunta. No se trataría de la revisión teórica de toda tu vida. Ni que te conviértas en un monje ensimismado venticuatro horas, abocado a la reflexión de poner a prueba una idea inédita y genial. Sino que te animes tan solo a una mínima pregunta:  ¿Qué hacés metiéndote en la vida de los otros?, o mejor dicho: ¿Qué hacés enredado en la historia de los otros?  Tal vez formulada a tiempo pueda que te de una mano. Y es probable que te inquiete y  no por ello rechacés el incluirte en la fila de  "los implicados" . Por cierto para pertenecer a ellos es necesario un sólo requisito: no ser cobarde. También siempre se encuentra la tentadora opción de sumarte a lista de  "los distraídos", pero eso ya es otro tema.

                                                                                                         



A modo de despedida los dejo en compañía de un maestro: Gustavo Santaolalla. ¡Hasta la próxima!



P.D: Un "acto fallido" adobado con un toque de humor (enlace "los distraídos").

8 comentarios:

  1. Bueno Fabi! Muy bueno!

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  2. Buena temática. ¡Te Felicito!
    Luciana. Rafaela. Santa Fe.

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  3. Me encantó el escrito, en el modo que enredás al lector. Felicitaciones! Buenísimo el enlace.
    Hugo Yadala. Godoy Cruz. Mendoza

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  4. Buen juego de espejos.¿Quién no se ha enredado alguna que otra vez...?
    Damián.

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  5. Muy bueno "lo único que falta es que te lluevan penas, no llueven sino que te garúan finito..." Por las dudas tengo un paraguas a mano.
    Laura. La Plata.

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  6. Descubrí tu blog después de escucharte en la conferencia de "psicoanalisis y literatura". Lei tus textos y realmente me parecieron muy buenos. Desde ya te felicito. Saludos
    Paula.

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  7. Agradezco su tiempo y comentarios.Gracias Luciana, Hugo, Damián,Paula.
    Laura te comento que por Mendoza hace tiempo que no llueve, por precavido tengo un traje de neoprem a mano... Saludos a todos!

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