sábado, 1 de mayo de 2010






Desde el Diván:

  "Un Sueño"




                                                            
   “Lo que no se paga con dinero, se paga con neurosis”
                                                                                                                              Sigmund Freud.
Hay personas que nunca encuentran su lugar y personas que garantizan lugares y se abrazan a ellos. Esto vale para lo que se tiene: trabajo, objetos, familia, autos, mujeres, hombres, hijos, entre otros. Es habitual construir paraísos tanto de objetos como de lugares o de personas. Como así también lo contrario: la creación de infiernos. En tal caso los lugares comienzan a calentarse, a ensombrecerse, incomodan, huelen a tierra quemada como sahumerio barato. Cuando algo quema lo recomendable es alejarse de la fuente de calor (ejemplo no válido para bomberos ni pirómanos).
Tal es el caso de Damián, joven de 24 años, mediocre estudiante universitario. Muy pronto su paraíso amoroso iba a dejar de serlo.
Todo comenzó por el sencillo hecho que su novia de aquel momento, Débora le había hecho conocer sutilmente su deseo de cambiar el estatus de la relación: “Mi amor… ¿y si nos casamos?”. El paraíso trocó a un desierto gris. El trago amargo, es denunciado por su cara de disimulo, le atravesó hasta los huesos. El miedo fue llenando sus días. Y como dicen, que el miedo no es sonso, Damián se dio a la fuga. Débora pasó a ser una ex. Ser ex, representa a lo que no se vuelve, como un hachazo en el alma, un cambio inamovible, no es un estado intermedio, fija y marca una distancia.
El prófugo en cuestión tenía algunas dificultades en ocupar su universo de lugares, especialmente el del Amor. Ser ex le produjo culpa… no, más que culpa una especie de traición como si se tratase de una deuda que jamás se saldará, un cheque sin fondo rebotado. Y la vez le servía de tramposo puente que justifica y alimenta su padecer. Una pregunta le carcome la cabeza: ¿Qué debo pagar? lo atormenta y empuja a pedir ayuda. Así es, sentado y repasando la cartilla de psicólogos de un servicio gratuito ofrecido por la universidad elige a Elizabeth, con nombre de reina importante. Psicóloga de vasta experiencia en escuchar a sujetos de lo más puro de la raza humana que padecen dificultades en ocupar lugares.
En aquel tiempo del tratamiento herido e ileso, rara combinación, fue navegando en aguas mansas de palabras. Fascinado por la imagen de paz que le devolvía su psicóloga, un aura de amor equilibraba las sesiones. Un detalle: Damián se había convertido en un tipo sin deseo, ni ganas, adormecido hasta la médula. De pronto, Elizabeth debe abandonar su lugar por otro trabajo mejor pago. Él se sintió traicionado: ¿Cómo alguien lo iba a traicionar así? En la biblia del amor, la traición tiene su estampita. De bronca juró por Dios y todos los Santos que jamás volvería a consultar a ningún tipo de psicólogo, pero el miedo, la impotencia, el despojo lo representaban. Así fue como la desesperación lo hizo ateo. Al poco tiempo, un incrédulo nuevamente frente a la cartilla de psicólogos, buscando a un Otro en quien creer. Elige sin pensar el nombre de la reemplazante de su psicóloga: Débora. Las cosas del azar…!

Primer momento. Damián llega diez minutos antes de la hora estipulada, hace tiempo armando el libreto de lo que iba a decir. Se abre la puerta, escucha un apacible ¨Buen día, adelante¨. Él estira el cuello en busca de una mejilla receptora, con la boca en forma de beso. La mueca queda flotando en la nada por unos segundos. Cuando se percata de su postura de equilibrista con sensaciones de vértigo, un brazo de enfrente se extiende para estrechar un saludo y a su vez actuando de freno de mano, sacándolo así de la vergüenza que lo invadía.
Una vez sentado inició su derrotero de lamentos; en un momento dice: “Cuándo corté con Elizabeth…” La psicoanalista interviene remarcando: “¿Cuando corté con Elizabeth? …Seguimos la próxima”. Desorientado como un náufrago envuelto en la bruma, percibe que realmente se trata de otra cosa, algo extrañamente nuevo. Incómodo continúa el tratamiento buscando un gesto de solidaridad, una mirada cómplice que comprenda su padecer. Del otro lado, nada de lo que pretendía tenía asidero, sino el fino trabajo de escucha, de pescar palabras que iban recortando su malestar. Hacia el fin del tratamiento un sentimiento de culpa inundaba a Damián como así también una producción de sueños que cuya protagonista principal era su psicoanalista. Sueños cargados de erotismo que por momentos pasaban a lo pornográfico, otros de tiernos tintes amorosos llegando hasta lo más naif. Damián nunca tuvo el valor de llevarlos a sesión, se los guardó para él. Y a la vez que los atesoraba en su memoria le generaba una molesta deuda.
Fin del tratamiento, la psicoanalista le sugiere una derivación a otro profesional para iniciar un análisis en el ámbito privado, o sea, debe pagar. Damián dudó, piensa dos veces lo que iba hacer, pero decidió casi en el acto: le solicita análisis a Débora.

Segundo momento (Primera sesión). Se baja del colectivo corre dos cuadras para estar a la hora acordada. Llega justo y sin aliento. Se abre la puerta, un apacible saludo lo recibe, Damián prevenido extiende la mano. Sentados cara a cara, analista y paciente, acuerdan el modo de trabajo y se establecen honorarios, el precio lo sintió como una puñalada artera. Para distraerse de la herida, fijó su atención en el mobiliario. Consultorio mediano, con una telaraña en la esquina superior derecha del único cuadro que colgaba, bastante feo por cierto: ¿Se lo habrá regalado algún paciente desesperado? pensó. Continúo con la inspección ocular; las paredes sembradas con libros de múltiples tamaños y colores , luz tenue sobre el escritorio, dos sillas, una crujía y un diván forrado de cuero negro le daba la espalda. Finaliza la entrevista, la psicoanalista le comunica que a partir de la próxima sesión el trabajo se muda al diván.
Damián vuelve a la cuchillada y sale bastante preocupado por los honorarios fijados. Piensa en la plata. ¿A quién se le ocurriría cobrar semejante precio a un ser tan maravilloso y vulnerable como él? Y sí, se le ocurrió nomás. Pasa el día tramando de qué manera se las iba a arreglar para conseguir el dinero; entrada la noche se acuesta entre cansado y ofuscado. Al otro día se despierta con un sueño nítido como aquellos que retumban en la conciencia, se lo guarda como quien esconde algo preciado en una billetera y decide llevarlo a sesión. A veces los sueños abren puertitas incómodas, pero ¡ojo!, a su vez se las ingenian para domesticar y darle sentido al malestar.

Tercer momento. (Segunda sesión). “Tuve un sueño: Soñé con Débora (mi ex, aclara), se metía corriendo y desesperada a mi departamento que a la vez estaba lleno de humo e incendiándose, un infierno. Yo me encontraba junto a mi guitarra, venía hacia mí, como si viniese a rescatarme de la hoguera. Ella, con desprecio me hizo a un lado y se lleva la guitarra…Me desperté muy mal, imagináte!”. Después del relato un silencio de cementerio se instaló en el consultorio. Pasaron los minutos. A Damián le hacían ruido las tripas, un sudor frío le humedecía el cuello y la frente, nadie lo auxiliaba y casi al borde del socorro, hundido en el diván, inmóvil de cuerpo y alma. Ocupando un lugar inédito, piensa que se quiere ir pero no, ya había pagado. La psicoanalista, acomoda su voz, diciendo: “Débora se lleva la guitarra…” Damián: “Sí, así es, pero no entiendo”.
Psicoanalista: como distraída repite; “¿Así es…?” (Tiempo verbal: Presente). “Débora se lleva la guita-rra. Dejamos acá.” Concluyó la sesión.
Mientras se reincorpora calcula la suma de casualidades, supersticiones, azares pero no le alcanza, el sueño es de su propiedad.
Damián sale con una energía desmedida, cruza la calle a paso firme, se mira en una vidriera y reconoce que es él quien lleva ese cuerpo agitado. Se detiene en la parada de colectivo buscando alguna referencia, suspira y comienza un diálogo interno: Débora, Debo-ra, debo… a, la guita, el pago, la culpa, tratamiento, sufrimiento y me miento…Conmovido se da cuenta que ocupar un verdadero lugar tiene su precio. Y que hay maneras mentirosas de no darse por enterado. Captó su propia trampa. Tomó una bocanada de aire, clavó la mirada en el cielo azul y junto con un suspiro sintió que lo atravesaba un deseo de saber más. Después cerró los ojos y se dijo con alivio que muchas de sus cosas merecen un lugar. Existe un por menor: los auténticos deseos vienen sin garantías y no siempre duran para siempre. Para sostener un lugar hay que desearlo. Un susurro vino como un viento helado y preguntó: ¿Cuál será el precio...?







PD: En homenaje a todos los trabajadores, en su día. Saludos Cordiales¡ Hasta la próxima.

8 comentarios:

  1. MUYYY BUENO!!!! ATRAPANTE, INGENIOSO!!!! ME MARAVILLO!!!!NO DEMORES TANTO PARA EL PROXIMO!!!

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  2. INCREIBLE!!!! ENRROSCADA EN LA LECTURA... POR MOMENTOS ME AGARRO LA CABEZA CUANDO RECUERDO QUIEN ESCRIBE LO QUE LEO...
    FELICITACIONES FABI CADA VEZ MEJOR ESPERO EL PROXIMO EN 15 DIAS SI???

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  3. Gracias por tus palabras, ya estoy pensando el próximo.

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  4. exelente ...todos llegamos y todos vamos por lugares como exactamente lo describis,los sueños gritan deseos aveces los apagan, pero se q no mienten.
    un abrazo grande espero el proximo

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  5. la historia me atrapó,comparto totalmente lo de los lugares y su precio,y el deseo como sosten de un lugar, realmente como decis en el parrafo de inicio (a Cielo abierto) creo que logras hacer lazo con quien te lee, justamente porque le brindas la oportunidad inesperada de pensar estas cosas desde otro "lugar"

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  6. Raro el trabajo con el sueño del psicoanalista. Desde ya la historia es simple pero tiene como ritmo. Me gustó

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  7. Una lección de psicoanálisis enmascarada en una historia. Muy Bueno¡

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  8. soy estudiante psicología, me ayudó a darme cuenta la forma de trabajo con el paciente. Me encanto¡
    Fernanda

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